lunes, 31 de octubre de 2011

Necesidad.

Y fue porque sus ojos ya no podían más, fue porque el cansancio ya era demasiado, fue porque, sencillamente, necesitaba dormir. Porque si por él fuera, se quedaría una vida mirándola, aunque fuese sólo una fotografía.

martes, 18 de octubre de 2011

Común denominador.

“¿Por qué tanta insistencia en hallar cosas en común con otro? ¿Por qué tanto afán en deshacerse de la originalidad —o la rareza? ¿Es, acaso, la uniformidad tan necesaria? ¿Es esa la “igualdad” de la que se habla en los libros? ¿En así como la sociedad estaría contenta, haciéndonos monótonos, repetitivos, grises…?” Su rostro hizo una mueca de genuino descontento mientras el maestro seguía dando su cátedra sobre la historia del país.

Sus ojos se posaron en la mariposa en el marco de la ventana —excusa para no escuchar a su desdichado profesor— y entonces se dio cuenta: No. La sociedad no busca la igualdad, sino todo lo contrario; todos, como hombres egoístas, buscan destacar en cada cosa que hagan, buscan encabezar las listas y ser siempre el mejor, no importándole cómo o sobre quién se tuviese que pasar. Entrecerró los ojos, mirando a todos sus compañeros con cierto desdén. “¿Para eso venimos a la escuela, para convertirnos en parte de esta nación tan fría? ¡Vaya destino, vaya sistema! Orgullosamente capitalistas, ¿no?”. Apoyó la mejilla sobre el puño izquierdo e hizo un ruido de inconformidad.

lunes, 10 de octubre de 2011

Adolescente.

Sus ojos se llenaban de lágrimas una y otra vez. Llevaba toda la noche así, incapaz de detenerse. Razones: esto y aquello. Luego se acordaba de eso y de aquel otro día.
¿Qué estaba sucediendo con ella? Ponerse sentimental para nada iba con ella; ¿Qué pasaría con ella si se  le salían las lágrimas a media clase? No, eso no pasaría. Ella tenía una reputación que cuidar y, por su vida, que no cambiaría.
Maldijo a sus hormonas varias veces mientras se sonaba y caía rendida ante el sueño.

martes, 4 de octubre de 2011

Aprobado.

Sentía los nervios a flor de piel; su mano se mantenía sobre su pecho porque tenía miedo de que su corazón se saliera; su frente sudaba y las uñas de su otra mano eran mordidas con desesperación; sus piernas no podían dejar de saltar. Estaba totalmente fuera de sí.
Cuando, por fin, la maestra dijo su nombre y miró la hoja que le fue entregada, sus músculos se relajaron, los latidos de su corazón fueron a un nivel más lento, su transpiración se hizo menos notoria y sonrió de oreja a oreja.